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Los riesgos de los niños “fumadores Pasivos” (parte I)

17 April, 2009

El humo de segunda mano representa un peligro para quienes conviven con fumadores, y sobre todo, para los más chiquitos.

La exposición al tabaco durante la infancia aumenta los riesgos de padecer dificultades cognitivas y de sufrir enfermedades en el futuro.

Cuando una persona adulta fuma, se está exponiendo a sustancias que provocan el deterioro del estado de salud general, al mismo tiempo que se comprometen numerosos órganos y crece el riesgo de desarrollar diversas afecciones. Si la exposición comienza desde edades tempranas, las consecuencias son aún peores, porque a medida que el contacto con el humo se hace más frecuente, la adicción a la nicotina aumenta, profundizándose los riesgos.  Según ciertos estudios, para un niño, vivir con un padre le equivale a fumar activamente entre 30 y 150 cigarrillos al año.

Los chicos que son fumadores pasivos tienen mayores posibilidades de padecer infecciones respiratorias, otitis, asma y alergias.  Además tienen el doble de posibilidades de morir por muerte súbita y más riesgos de padecer problemas cognitivos.

Muchos padres piensan que pueden disminuir estos riesgos si no fuman frente a los chicos o si lo hacen cuando ellos no están en la casa. Sin embargo, lo cierto es que los tóxicos que emanan los cigarrillos pueden permanecer durante muchas horas en un mismo ambiente, especialmente cuando se trata de habitaciones pequeñas o con mala ventilación.

 

Complicaciones desde el útero materno

Otro ejemplo del peligro del humo de segunda mano es el tabaquismo intrauterino y durante la lactancia. Fumar durante el embarazo provoca múltiples dificultades en el niño por nacer.  Una de ellas es el traspaso de la nicotina a través de la placenta, condición que podría intervenir en el desarrollo cerebral del feto.  Por otra parte, hay complicaciones más inmediatas como el bajo peso al nacer o el envejecimiento prematuro de la placenta.

Este efecto nicotínico generado no sólo durante los nueve meses sino también después del nacimiento, determina que el bebé absorba constantemente monóxido de carbono.  Esto disminuye su capacidad pulmonar, su rendimiento intelectual y provoca una mayor prevalencia a padecer determinadas afecciones, como por ejemplo, leucemia.

Además ese hábito nocivo deja una marca que predispone una futura adicción. 

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