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Espacios propios y compartidos… (Parte II)

15 June, 2009

El amor, recordemos, no fusiona: vincula. Permite que la pareja siga siendo pareja (dos unidos por un tercero que es el amor), y lo ideal es que no se transforme en una trampa apelmazada y asfixiante. Ese vinculo puede ser comprometido y profundo, sin necesidad de destruirlo con la idea de “ya esta” de la naranja completa que, pensándolo bien, se asemeja a la muerte.
La búsqueda de seguridad viene del miedo y apunta a controlar y a fusionar, es decir, a que lo que eran dos vinculados por el amor, sean, ahora, uno solo, como la ya mencionada y aburrida naranja completa…
La búsqueda de la confianza, en cambio, viene del amor y apunta a cuidar, nutrir, dar vida, y estimular las relaciones. Así deberían plantearse las relaciones en busca de un resultado satisfactorio para ambas partes, donde puedan aprender a disfrutar cada uno de las diferencias con el otro, y a nutrirse de ellas.
Sirve como ilustración de lo antedicho aquella poesía de Gibran, donde, refiriéndose al amor matrimonial, propone que éste sea “un mar moviéndose entre las orillas de vuestra almas” o cuerdas de un laúd que están separadas, pero vibran en la misma música.
No se como habrán sido los amores de este poeta libanés, pero su frase permite prosperar a las parejas en el humanísimo terreno de la cotidianeidad, guardando cada uno su lugar para, justamente, poder quererse sin confundir el estar juntos con el estar revueltos.

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